En 2012 y 2013, miles de personas se manifestaron contra el matrimonio entre personas del mismo sexo en París y otras ciudades francesas. El éxito de estas manifestaciones fue una sorpresa para un país a menudo asociado al secularismo y a la libertad sexual.
La organización La Manif pour Tous dirigió algunas de las manifestaciones, tomando las calles con banderas rosa y azul. Instó a los activistas en el exterior a emular a los franceses con lemas, carteles y estrategias que cruzan las fronteras. Aunque las movilizaciones similares ya tuvieron lugar previamente en España, Italia, Croacia y Eslovenia, el año 2012 parece haber sido un punto de inflexión.
También se han llevado a cabo espectaculares movilizaciones en América Latina, que es tanto un objetivo clave como un centro de producción de campañas contra el género. Un primer chispazo se registró en 2011 en Paraguay, cuando el término “género” fue impugnado por la derecha católica durante las discusiones sobre el plan nacional de educación.
En 2013, en uno de sus programas televisivos semanales, el presidente izquierdista de Ecuador, Rafael Correa, denunció de manera similar la “ideología de género” como un instrumento destinado a destruir a la familia. Desde 2014, estos ataques se han intensificado, con manifestaciones masivas en numerosos países, y han tenido un impacto decisivo en el referéndum sobre el acuerdo de paz en Colombia en 2016.
La ofensiva contra el género culminó en noviembre de 2017, cuando la filósofa y teórica de género Judith Butler fue increpada en Sao Paulo.
La ofensiva culminó en noviembre de 2017, cuando la filósofa y teórica de género Judith Butler fue increpada en Sao Paulo. Aunque el ataque recibió cobertura mundial, se trata tan solo la punta del iceberg de la cuestión en América Latina.
Campañas transnacionales
En ambas regiones, estos movimientos disputan lo que llaman ideología de género. A veces citada como teoría de género, o generismo, se presenta como la matriz de las reformas políticas que se combaten, y no debería confundirse con los estudios de género o políticas específicas de igualdad. No es menos importante que la ideología de género sea vista por algunos como la tapadera de un plan totalitario para apoderarse del poder político llevado a cabo por feministas radicales, activistas LGBTQI y estudiosos del género.
Numerosos académicos han situado los orígenes de la ideología de género hasta el Vaticano y sus aliados políticos.
Fundamentalmente, este discurso recaptura y replantea los discursos católicos de la Guerra Fría contra el marxismo y despierta sentimientos anticomunistas tanto en Europa del Este como en América Latina. Allí, los activistas de derechas interconectan los “males del género” con los “espectros de Venezuela”, o llaman directamente a una intervención militar. Aunque los factores desencadenantes nacionales varían (aborto y derechos reproductivos, matrimonio entre personas del mismo sexo, derechos parentales LGBTI, integración de género, violencia de género, educación sexual, políticas contra la discriminación, etc.), la narrativa expuesta por los activistas antigénero es siempre la misma: todo esto es culpa de la ideología de género.
Estos movimientos no solo comparten un enemigo común, sino que muestran discursos y estrategias similares, así como una manera de actuar distintiva. Les etiquetamos como “campañas transnacionales contra el género” para enfatizar su alcance global y subrayar su perfil específico en el panorama más amplio de la oposición al feminismo y los derechos LGBTI.
Una ascendencia católica
Numerosos académicos han situado los orígenes de la ideología de género en el Vaticano y sus aliados políticos. Partiendo de proyectos previos como las catequesis de Teología del Cuerpo del Papa Juan Pablo II o la Nueva Evangelización, la ideología fue diseñada en respuesta a la Conferencia sobre Población y Desarrollo de 1994 en El Cairo y la Conferencia Mundial de Mujeres de 1995 en Beijing, cuando el término el “género” entró en el vocabulario de las Naciones Unidas, acompañado de demandas de derechos relacionados con la reproducción y la sexualidad.
El discurso anti-género se basa en ideas defendidas por el Cardenal Ratzinger a principios de la década de 1980
Este discurso, que se basa en ideas defendidas por el Cardenal Ratzinger a principios de la década de 1980, se desarrolló en Europa y América Latina a fines de la década de 1990 y principios del 2000, dando lugar al Lexicón. Términos ambiguos y discutidos sobre familia, vida y cuestiones éticas, del Consejo Pontificio para la Familia Palabra (2003), y la Carta de los Obispos de la Iglesia Católica sobre la Colaboración del hombre y la mujer en la Iglesia y el mundo (2004).
La ideología de género no es solo una óptica para analizar lo que sucedió en la ONU, sino también una estrategia de acción católica. Basada en la teoría de la hegemonía cultural del filósofo y político italiano Antonio Gramsci, propaga su interpretación alternativa del género a través de medios que subvierten las nociones a las que se opone. Mientras que Juan Pablo II y Benedicto XVI diseñaron este proyecto, el Papa Francisco ha expresado reiteradamente su apoyo, describiendo el género como una forma de “colonización ideológica”.
Campañas sobre el terreno
Las movilizaciones contemporáneas, sin embargo, no pueden reducirse a una empresa católica, sino que se cruzan con otros proyectos políticos y otros conjuntos de actores más amplios.
En primer lugar, las estrategias actuales son una reminiscencia de la derecha religiosa de EE. UU., y las organizaciones estadounidenses están activas en todos los continentes, impulsando redes transnacionales como el Congreso Mundial de Familias.
Dado que las voces evangélicas, que son nuevas en América Latina, son más estridentes, a menudo se pasa por alto el papel intelectual de la jerarquía católica.
En segundo lugar, si bien el Vaticano ha sido instrumental en la elaboración de un marco de acción, los actores sobre el terreno son más diversos. Incluyen otros grupos religiosos y voces seculares, y forman coaliciones que varían considerablemente de acuerdo con los contextos locales.
La situación europea no puede entenderse sin mirar las intersecciones con populismos de derechas. Ambos se basan en ataques contra élites corruptas y pretenden defender a “niños inocentes”. Invocan el sentido común contra las ideas decadentes y afirman que las cosas “han ido demasiado lejos”, describiéndose a sí mismos como los defensores de una mayoría silenciada por poderosos lobbies. Estos encuentros explican por qué, en varios países europeos, los populistas de derechas se han unido a campañas contra el género sin ser ellos mismos particularmente religiosos. Esta superposición ofrece un trampolín para los antisexualistas, al tiempo que alimenta los discursos y sentimientos antiliberales.
Tanto las campañas dentro de Rusia como en las zonas de Europa bajo su influencia han sido diseñadas directamente desde el Kremlin con el apoyo de la iglesia ortodoxa rusa. Como parte de la maquinaria estatal, están instrumentalizados para restaurar el estatus internacional de Rusia a través de una defensa global de la soberanía nacional y los “valores tradicionales”. Polonia y Hungría están siguiendo este camino, y el primer ministro de Hungría, Victor Orban, es cada vez más activo en el tema.
En América Latina, las campañas muestran características específicas. En primer lugar, más que en cualquier otro lugar, la crítica a la ideología de género no es un monopolio de la derecha, aunque normalmente los derechistas están en primera línea. En segundo lugar, estas campañas involucran tanto a católicos conservadores como a evangélicos (principalmente neo-pentecostales). Dado que las voces evangélicas, que son nuevas en la región, son más estridentes, a menudo se pasa por alto el papel intelectual de la jerarquía católica. Sin embargo, los católicos latinoamericanos han contribuido significativamente al desarrollo del discurso anti-género, y las formaciones actuales contra el género se basan en estructuras antiaborto católicas más antiguas.
Si las campañas contra el género son tan eficientes, es precisamente porque amalgaman a actores que normalmente no trabajarían juntos.
Y en tercer lugar, las formaciones políticas antigénero no son exclusivamente religiosas, sino que abarcan actores seculares cuyo perfil difiere sustancialmente entre países. En Brasil, incluyen a políticos jugando cartas electorales, actores de extrema derecha, liberales de centro que articulan argumentos antiestatales junto con argumentos contra el género, activistas de clase media que anhelan el orden social, y activistas judíos de derecha conectados transnacionalmente.
De hecho, si las campañas contra el género son tan eficientes, es precisamente porque amalgaman a actores que normalmente no trabajarían juntos. A pesar de esta inesperada diversidad, el marco analítico populista, tan común en Europa y EE. UU., es inapropiado. De hecho, las prácticas populistas han estado profundamente arraigadas en la cultura política regional. En consecuencia, el populismo no tiene bando y no puede asignarse tan fácilmente a la división izquierda-derecha en la región.
Una constelación compleja
Los movimientos antigénero abarcan una compleja constelación de actores que va más allá de las afiliaciones religiosas específicas. La investigación ha demostrado que “ideología de género” es un significante vacío, que puede aprovechar diferentes miedos y ansiedades en contextos específicos y, por lo tanto, puede tomar distintas formas para adaptarse a proyectos políticos distintos. Además, como destacaron Andrea Peto , Eszter Kováts , Maari Põim y Weronika Grzebalska , la vaga noción de ideología de género funciona como un “pegamento simbólico” que facilita la cooperación entre los actores, a pesar de sus divergencias.
¿Cómo explicar las iniciativas conjuntas entre creyentes y ateos, católicos y rusos ortodoxos o latinoamericanos evangélicos, o líneas opuestas dentro del catolicismo romano contemporáneo?
Esto es precisamente lo que hay que llegar a comprender: ¿cuáles son las constelaciones específicas de actores en cada contexto y cómo pueden diferentes tipos de actores, que por lo general no trabajan juntos e incluso pueden competir entre sí, encontrar un terreno común en el que colaborar?
En resumidas cuentas, ¿cómo explicar las iniciativas conjuntas entre creyentes y ateos, católicos y rusos ortodoxos o latinoamericanos evangélicos, o líneas opuestas dentro del catolicismo romano contemporáneo? También hay que reiterar que el debate no trata de la fe contra el ateísmo, y que no todos los creyentes de una confesión específica están involucrados en estas campañas.
Un marco analítico más sofisticado nos permitiría alejarnos de los marcos simplistas como el populismo, la derecha global o una reacción global, y prestar más atención a las formaciones políticas específicas que actúan sobre el terreno. También evitaría los marcos binarios estrechos que oponen el “nosotros” a el “ellos”, que homogeneizan indebidamente las condiciones contextuales distintivas y la compleja gama de fuerzas y actores.
Finalmente, la contextualización y la complejización no solo se necesitan analíticamente, sino que son políticamente esenciales. De hecho, si las campañas contra el género son tan eficientes, es precisamente porque amalgaman a actores que normalmente no trabajarían juntos. Hoy, es crucial comprender mejor cómo estas misteriosas coaliciones se forjan y se sostienen.
Este artículo fue publicado originalmente en el International Politics and Society Journal de la Fundación Friedrich Ebert. Lea el original aquí.